domingo, 11 de febrero de 2018

SOBRE EL HACER Y LA FORJA DEL DESTINO


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El hacer, previsiblemente en la genuina base del Libre Albedrío, implica riesgos imprevistos. Por lo que todo logro es fruto de sacrificios no confesados y no, necesariamente, merecidamente recompensados. De la misma manera que el "premio" no es certificado de nada, el título no acredita tener oficio.

Una obra primorosa, y libremente ejecutada, alumbra (en su supuesta bondad) esperados caminos, inadvertidas cunetas e inevitables designios. La misma ennoblece al artista y regocija a espectadores y adjuntos. Toda ella, ciega, por su fulgor, a "torquemadas" y satura a críticos (y obstinados) enjutos.

Todo suceso es un encadenamiento de obra y suicidio. Todo destino puede surgir de un comienzo algo diferente y no advertido. Todo origen es inicio de algo que no está escrito en pensamiento humano pero, sí, previsto. Debería ser no muy distinto de su primer segundo. No obstante, lo terceros pueden desmentir a los anteriores sucesivos. Por todo ello los primeros que, nacieron de un esperanzador súbito, desaparecieron en el mar de olvido. Cálido, temeroso y algo oculto. La luz de sus penachos debería de encumbrar al más antiguo. Caleidoscopio sin brazos; amalgama de vómitos. ¡Fuegos fatuos en un pestilente delirio!

Tenues alfombras cubren pavimentos y pisos. Pávidos y exóticos. Los primeros fueron víctimas de un sino que, sí, estaba escrito. Ni una estrofa, ni un punto. No hay sitio final porque no se encuentra al primogénito. Los segundones no buscan, no encuentran y no siguen a su primer filogenético. Los terceros, una vez más, desmienten a los que les precedieron. Decíamos que no podían ser los relegados primeros pero, sí, los irresponsables segundos.

El primero, recordémoslo, surgió del hacer de uno ¡que ya es difunto! El segundo se dejó, miserablemente, en una inercia sin brida y sin tino. Terceros, cuartos y quintos, perdidos por la insolvencia del pusilánime segundo.

Hay que seguir haciendo sin tener en cuenta a los detestados íncubos. En un impulso perpetuo, encumbrémonos en inaccesibles pináculos; dotémonos de titánica fuerza, de la inconmensurable templanza y de una inalterable constancia.

Permanezcamos en un viaje eterno, de aperturas lumínicas; de lanzas rítmicas, perforando vivencias destempladas y paupérrimas; cenizas sobrevenidas, heredando fuegos abortados, no iniciados, y ya extinguidos.


¡La Luz de la existencia no luce por ser vida, si no por ser Espíritu!


Santiago Peña


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