domingo, 25 de febrero de 2018

LA PAZ Y EL CAMINO


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La Paz sea con todos nosotros

En la soledad del caminante, quien tiene fe (en el más alto o en uno mismo), nunca se pierde. Quien está en paz jamás perderá su camino.

Hay un hecho incontestable; axiomático; espiritual (¿consustancial o intuitivo?): Los no nacidos poseen la totalidad del conocimiento del Universo pero, justo antes de su nacimiento, lo olvidan. La sabiduría que, en el claustro materno, nos fue otorgada puede ser recuperada a lo largo de nuestra propia vida. Depende, únicamente, de cada uno de nosotros. Por este místico motivo tenemos nuestra propia senda. Nuestra única, y exclusiva, travesía. En algún momento de nuestra existencia, posiblemente, la compartamos con otros viajeros; con otros peregrinos. Y, así, hasta el fin de nuestros azarosos días.

Al final del camino nos espera el imperturbable destino. Sin inmutarse. Enjuto, mayestático; único. Cruzando montañas, flanqueando valles, navegando por mares, surcando el cielo, transitando por desiertos; hasta alcanzar el último punto. Plañideras, de punto en blanco, nos brindarán sus lamentos y panegíricos.

Hay que saber ver con los ojos del corazón. Lo demás es un sinsentido.

La Paz sea contigo

Es necesario encontrar lo que todos nosotros hemos perdido: la inocencia. Ella, es pura sapiencia y es la savia, límpida y cristalina, del no nacido. Líquido perfecto; líquido translúcido. El nonato, dentro del útero, no sabe que es tener miedo, porque no conoce la luz, el brillo de las infranqueables estrellas, la majestuosidad de las altas montañas, de los grandes mares, de los jardines rebosantes de hermosas flores y la calidez vivificante de un sol ardiente. Nada sabe de este mundo, ni de sus desvaríos. Solo conoce la dulce penumbra de su templada, y susurrante, caverna. Frente a todas estas maravillas, una gran mayoría, seguimos encerrados en esta pertinaz, y feroz, tiniebla nocturna. Por este primordial motivo se tiene miedo a la puntual muerte. Pero, ¿qué sabemos de ella? ¿Qué sabemos de su siniestra figura?

La muerte no es el final de algo porque no tiene principio. Es necesario despojarse de corsés y de corpiños. Y, al final (y solo al final), poder vestirnos con nuestras mejores galas; con nuestros mejores linos.

La Eternidad nos espera,
Nos espera en una boda de caracolas y mirlos.
 
Todo es luz.
 
La Paz sea con todos nosotros,
La Paz sea contigo.


Santiago Peña


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domingo, 11 de febrero de 2018

SOBRE EL HACER Y LA FORJA DEL DESTINO


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El hacer, previsiblemente en la genuina base del Libre Albedrío, implica riesgos imprevistos. Por lo que todo logro es fruto de sacrificios no confesados y no, necesariamente, merecidamente recompensados. De la misma manera que el "premio" no es certificado de nada, el título no acredita tener oficio.

Una obra primorosa, y libremente ejecutada, alumbra (en su supuesta bondad) esperados caminos, inadvertidas cunetas e inevitables designios. La misma ennoblece al artista y regocija a espectadores y adjuntos. Toda ella, ciega, por su fulgor, a "torquemadas" y satura a críticos (y obstinados) enjutos.

Todo suceso es un encadenamiento de obra y suicidio. Todo destino puede surgir de un comienzo algo diferente y no advertido. Todo origen es inicio de algo que no está escrito en pensamiento humano pero, sí, previsto. Debería ser no muy distinto de su primer segundo. No obstante, lo terceros pueden desmentir a los anteriores sucesivos. Por todo ello los primeros que, nacieron de un esperanzador súbito, desaparecieron en el mar de olvido. Cálido, temeroso y algo oculto. La luz de sus penachos debería de encumbrar al más antiguo. Caleidoscopio sin brazos; amalgama de vómitos. ¡Fuegos fatuos en un pestilente delirio!

Tenues alfombras cubren pavimentos y pisos. Pávidos y exóticos. Los primeros fueron víctimas de un sino que, sí, estaba escrito. Ni una estrofa, ni un punto. No hay sitio final porque no se encuentra al primogénito. Los segundones no buscan, no encuentran y no siguen a su primer filogenético. Los terceros, una vez más, desmienten a los que les precedieron. Decíamos que no podían ser los relegados primeros pero, sí, los irresponsables segundos.

El primero, recordémoslo, surgió del hacer de uno ¡que ya es difunto! El segundo se dejó, miserablemente, en una inercia sin brida y sin tino. Terceros, cuartos y quintos, perdidos por la insolvencia del pusilánime segundo.

Hay que seguir haciendo sin tener en cuenta a los detestados íncubos. En un impulso perpetuo, encumbrémonos en inaccesibles pináculos; dotémonos de titánica fuerza, de la inconmensurable templanza y de una inalterable constancia.

Permanezcamos en un viaje eterno, de aperturas lumínicas; de lanzas rítmicas, perforando vivencias destempladas y paupérrimas; cenizas sobrevenidas, heredando fuegos abortados, no iniciados, y ya extinguidos.


¡La Luz de la existencia no luce por ser vida, si no por ser Espíritu!


Santiago Peña


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