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La Paz sea con todos nosotros
En la soledad del caminante,
quien tiene fe (en el más alto o en uno mismo), nunca se pierde. Quien está en
paz jamás perderá su camino.
Hay un hecho incontestable;
axiomático; espiritual (¿consustancial o intuitivo?): Los no nacidos poseen la
totalidad del conocimiento del Universo pero, justo antes de su nacimiento, lo olvidan.
La sabiduría que, en el claustro materno, nos fue otorgada puede ser recuperada
a lo largo de nuestra propia vida. Depende, únicamente, de cada uno de
nosotros. Por este místico motivo tenemos nuestra propia senda. Nuestra única,
y exclusiva, travesía. En algún momento de nuestra existencia, posiblemente, la
compartamos con otros viajeros; con otros peregrinos. Y, así, hasta el fin de
nuestros azarosos días.
Al final del camino nos
espera el imperturbable destino. Sin inmutarse. Enjuto, mayestático; único.
Cruzando montañas, flanqueando valles, navegando por mares, surcando el cielo,
transitando por desiertos; hasta alcanzar el último punto. Plañideras, de punto
en blanco, nos brindarán sus lamentos y panegíricos.
Hay que saber ver con los
ojos del corazón. Lo demás es un sinsentido.
La Paz sea contigo
Es necesario encontrar lo
que todos nosotros hemos perdido: la inocencia. Ella, es pura sapiencia y es la
savia, límpida y cristalina, del no nacido. Líquido perfecto; líquido
translúcido. El nonato, dentro del útero, no sabe que es tener miedo, porque no
conoce la luz, el brillo de las infranqueables estrellas, la majestuosidad de
las altas montañas, de los grandes mares, de los jardines rebosantes de
hermosas flores y la calidez vivificante de un sol ardiente. Nada sabe de este
mundo, ni de sus desvaríos. Solo conoce la dulce penumbra de su templada, y
susurrante, caverna. Frente a todas estas maravillas, una gran mayoría, seguimos
encerrados en esta pertinaz, y feroz, tiniebla nocturna. Por este primordial motivo
se tiene miedo a la puntual muerte. Pero, ¿qué sabemos de ella? ¿Qué sabemos de
su siniestra figura?
La muerte no es el final de
algo porque no tiene principio. Es necesario despojarse de corsés y de corpiños.
Y, al final (y solo al final), poder vestirnos con nuestras mejores galas; con
nuestros mejores linos.
La Eternidad nos espera,
Nos espera en una boda de caracolas y mirlos.
Todo es luz.
La Paz sea con todos nosotros,
La Paz sea contigo.
Santiago Peña
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