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Introducción
Las
ideas, mediante la fuerza interior, se substancian en un pensamiento, esquema o
doctrina (social, filosófica, religiosa o política). Al igual que el símbolo encarna
a la idea, la misma, determina una fuerza de espíritu capaz de impulsar
pensamientos intelectivos y, al unísono, intuitivos. En este caso la
subjetividad, junto con unas maduradas gotas de intelección, nos permiten representar
mundos cuasi perfectos.
La
praxis del acontecimiento primigenio es potencialmente realizable. Solo falta
la ignición o deflagración. La masa crítica es la maduración de algo
perfectamente ejecutable desde una visión idílica. Todo inicio, en una porción
importante, es indeterminación. Lo supuesto, y perfectamente, planificado es bastante improbable que se
materialice en un mundo de débiles realidades. La conclusión de que aquello,
que se inicio, nos brindará, estocásticamente, infinitos finales. Según el
grado de satisfacción obtenida por el conjunto de la comunidad, nos señalará
como infames, cobardes, héroes, anodinos, temerarios, semidioses o villanos.
Toda
idea emerge desde el más elemental y puro pensamiento. Por lo que la idea, en
sí misma, es fe, es imaginación, es fuerza de espíritu, es representación, es
pasión y es intelección.
Por todo ello, ¿qué deduciríamos por idea?
Sería, en síntesis, la
representación del mundo a través de nuestro propio "intelecto". Y, a partir de aquí, de cómo cambiarlo, o
transformarlo, para obtener un deseable final substancialmente mejorado.
Y, ¿qué entenderíamos por fe?
Es
la fidelidad a uno mismo, a nuestro entorno más inmediato y a todo aquel
universo merecedor de serlo.
Artistas, obreros, políticos, urbanistas, poetas e ingenieros
Por consiguiente, el creer en uno mismo es el comienzo de algo maravilloso y de un
final, como mínimo, esperanzador. No obstante, el grado de interdependencia social
nos puede llegar a marcar una tendencia tristemente desfavorable. Todo proyecto,
inicialmente utópico, puede derivar en una brutal distopía, si los ejecutores
no son los más adecuados para tal teórico bienintencionado menester.
De
estas guisas estamos, extenuantemente, acostumbrados: Idílicas teorías políticas
pervertidas, y/o prostituidas, por pusilánimes de tres al cuarto. Desde despiadados
tiranos, pasando por supuestos "demócratas"
corruptos, hasta llegar a arribistas tiranosaurios. Auténticos depredadores de
almas, espíritus y ensalmos. Para estos últimos no existe la colectividad y
menos los pueblos o sujetos socializados. En definitiva: ¡No existe la PERSONA! Para este tipo de individuos
solo existe la carne fresca; ganado esclavizante y sempiternos desclasados.
Toda magna obra, solamente, puede erigirse sobre una primigenia
base: amplia, neta, profunda e impertérrita; seguidos de unos materiales, necesariamente,
sólidos; de primera y livianos; y los acabados que demuestren ser, cabalmente,
hijos de los primeros y de los segundos. Toda ella debe brillar por sí misma;
sin necesidad de lustres artificios y, menos, de pactos. Las lentejuelas son
adornos de "quita y pon";
al igual que las exageradas, e inmerecidas, adulaciones y glamurosos parabienes:
todo falso; todo fugaz; todo vacuo.
La
serena solidez de una obra duradera, en el tiempo y el espacio, glorifica la
idea y la fe del artista, ingeniero, alfarero o arquitecto; del poeta,
filósofo, carpintero o legado. Toda obra, en su potencial y manifiesta
eternidad, lo será cuando transcienda a las modas, a los quinquenios y a los
millardos.
Santiago
Peña
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