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“¡Ahora es así!; ¿mañana?,... ¡ya veremos!”
Esta lapidaria frase expone, con meridiana
claridad, uno de los males de hoy en día: el relativismo moral, en el devenir
cotidiano, de una enormidad de personajes (y personajillos) con una posición
política, económica y/o social relevante. Es decir: supuestos modelos de
comportamiento a seguir, o referentes sociales.
La falsedad continuada de actos contrarios a
lo prometido, en función de intereses torpemente disimulados, delata al cobarde
ejecutor de tales "invenciones".
La incoherencia es una incómoda (y delatora) compañera
de viaje en tiempos de infinitas frustraciones y (saturados) de aborrecibles apariencias.
Una gran silente mayoría estamos hastiados de mequetrefes de la fruslería y de
la elegancia paupérrima. Todos ellos, glamurosos de la mentira.
Como primera emanación: carecemos de ilustres
guías de la vida pública. A lo sumo representantes botarates y poco eficientes;
incapaces de diferenciar hemorragia
de hemofilia (la primera es una consecuencia
de la segunda y no a la inversa). Nos merecemos lo que tenemos. Al fin y al
cabo, estos interlocutores de tres al cuarto, son vecinos o conocidos del
quinto; pasado no hace mucho tiempo eran algunos de nosotros o un hermano del
séptimo; son pueblo, pero lo olvidan con la misma (extremada) avaricia con la que
llenan sus bolsillos y acrecientan su acristalado narcisismo.
Segunda consecuencia: la vanagloriada sociedad
de las libertades democráticas es una entelequia. Está gravemente enferma; ella
no lo sabe. Algunos de sus sufridos, y asqueados, "ciudadanos" la padecen en sus corazones y, sobre todo, en su
esencia. Los "chulos" que
la desangran, y martirizan, niegan la mayor; siendo, ésta, su tremenda y
lamentable incoherencia. Les va en ello su supervivencia social y sus
desmesuradas vidas. Según sus "brillantes"
cabezas (en voces ajenas y propias):
"¡es una gran mentira de ciudadanos resentidos; vivimos en el mejor de los
sistemas socio-políticos posibles!; el resto de sociedades son el caos o Satanás
envilecido".... Suma y sigue...
En conclusión: vivimos en una estafa continua,
en la que unos pocos viven muy bien -¡por supuesto!- a expensas de una
extenuada mayoría. Sus "maravillosas"
vidas son supuestos modelos de éxito político, profesional, social... Y -¡evidentemente!-
son depositarios de una "felicidad"
digna de alabar y ejemplo a seguir. ¿La realidad de (casi) todos ellos? corruptos,
hipócritas, amorales, falsos; crédulos de sus propias mentiras. Todo lo
relativizan; todo lo maquillan, por activa y por pasiva.
¿Qué
reporta el relativismo a estos personajillos de la vida social y pública; en
que les beneficia?
Contentar al máximo número de seguidores. El
prometer es fácil; no así el hacer cumplir. El ejecutar las cosas, en muchos
casos, resta y no asegura la continuidad política, social y/o económica del
"ilustre personaje". El
ciudadano, como PERSONA mal
preparada y desconocedora de su falsaria vida, no espera escuchar verdades;
desea ser engañado con una bonita sonrisa, emborrachado de estupideces venditas
y mucha gomina. La Verdad es áspera
y más si en ella se delatan millones de estafadas vidas. Vidas vacías, vidas
maquilladas y asquerosamente aburridas. No por abulia, si no por falsas e
hipócritas.
Nos deberíamos regir por el hacer y no por el
prometer. La coherencia -como gran perdedora de actos
sinceros, francos y honestos- no vende; no reluce en sí misma. Las verdades son
verdades y pueden ser terriblemente crueles y esquivas. Detrás de la dura Realidad se encuentra
una gran Verdad.
La irresponsabilidad, inconscientemente
asumida, de una sucesión de generaciones (casi perdidas) delatan a las mismas:
pobres, amorales, anodinas, vacías... y sin saber "¿qué es eso de la Moral y de la
Ética"? Todos egoístas, todos pusilánimes, todos narcisistas, todos
unos pobres arribistas:
No hay voluntad de ser; se prefiere poseer
Por todo ello:
Hay que dejar de
aspirar a tener y asumir la firme voluntad de ser. La tenencia con el tiempo se
disipa; suspirar a ser uno mismo no tiene quita; es el mejor presente que te va a
otorgar la vida.
Santiago Peña
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